Lorena siempre había encontrado un refugio en la soledad de su habitación, donde pasaba largas horas inmersa en la lectura y la escritura. La máquina de escribir, con su sonido rítmico y constante, y los libros que abarrotaban sus estanterías eran sus fieles compañeros. En este pequeño universo, se sentía segura, desconectada del mundo exterior, pero no siempre sola. En más de una ocasión, mientras se perdía en sus pensamientos, sentía una presencia detrás de ella, una sensación tan fuerte y persistente que no podía ignorar. Al girarse, veía a su padre en el umbral de la puerta, observándola en silencio, con una sonrisa de orgullo. Este gesto, tan simple y rutinario, se convirtió en un ritual reconfortante. Sabía que cuando esa mirada invisible se posaba en su nuca, él estaría allí, brindándole su silencioso apoyo.
Sin embargo, todo cambió drásticamente cuando su padre falleció. La muerte lo arrebató de su vida, y con él se fue esa sensación de seguridad que él le proporcionaba. Pero, a pesar de su ausencia física, la sensación de ser observada no desapareció. Continuó sintiendo la misma mirada en su nuca, y a menudo, en medio de su concentración, escuchaba su nombre susurrado en el aire. La voz, que no lograba identificar si era masculina o femenina, siempre parecía estar justo a su lado, susurrándole al oído, tan real que la hacía girarse con la esperanza de encontrar a alguien allí. Pero siempre estaba sola.
El tiempo pasó, y aunque trató de convencerse de que era solo su imaginación, la frecuencia y la intensidad de estos episodios la empezaron a inquietar. La tristeza por la muerte de su padre se mezclaba con un miedo creciente, un miedo que no podía explicar. Las noches se volvieron más largas, y cada sombra en la casa parecía esconder algo. El silencio se tornó opresivo, y la sensación de estar acompañada en su soledad se convirtió en una constante fuente de ansiedad. Lorena empezó a notar que las sombras en su habitación se movían de manera extraña, como si algo o alguien estuviera allí, justo fuera de su campo de visión. Empezó a evitar mirar directamente al umbral de la puerta, temiendo lo que podría encontrar.
Una tarde, mientras se concentraba en su escritura, sintió la presencia de su padre en la puerta más fuerte que nunca. Giró la cabeza con la certeza de que él estaría allí, como siempre, mirándola con esa sonrisa cariñosa. Pero cuando su mirada se encontró con el umbral vacío, la realidad la golpeó de lleno: su padre ya no estaba. El dolor de su pérdida se mezcló con una nueva y aterradora certeza. Esa presencia, tan familiar, tan reconfortante, ¿era realmente su padre, o algo más había tomado su lugar?
Las semanas siguientes fueron un tormento. Lorena no solo escuchaba su nombre, sino que también comenzó a percibir otras voces, susurros apenas audibles que provenían de las paredes, del suelo, del aire mismo. La casa, que alguna vez fue su refugio, se convirtió en una prisión. La presencia que la observaba desde el umbral ya no era reconfortante, sino aterradora. La tensión aumentó hasta que no pudo soportarlo más. Empezó a investigar la historia de la casa, buscando respuestas desesperadas. Fue entonces cuando descubrió que no era la primera en sentir esas presencias. Otros antes que ella habían experimentado lo mismo, y la mayoría había terminado abandonando la casa, incapaces de soportar la presión constante de esas miradas invisibles, esos susurros en la oscuridad.
Lorena se dio cuenta de que su padre no era el único espíritu que habitaba en su hogar. La casa estaba llena de almas en pena, espíritus atrapados entre este mundo y el otro, y todos parecían tener algún interés en ella. Empezó a preguntarse si ellos habían estado esperando la llegada de su padre, y si ahora estaban esperando algo de ella. Los susurros se volvieron más insistentes, los murmullos más claros, y la sensación de ser observada más opresiva.
La línea entre la realidad y lo sobrenatural comenzó a desdibujarse para Lorena. Las noches se convirtieron en su mayor enemigo, y la soledad que antes amaba ahora la aterraba. La presencia en el umbral, que había sido un símbolo de amor y protección, se transformó en una amenaza constante, una sombra que acechaba cada uno de sus movimientos. ¿Era realmente su padre quien la observaba, o algo más había tomado su lugar, algo que deseaba mucho más que simplemente estar cerca de ella?
La historia de Lorena es un viaje hacia lo desconocido, un descenso a la locura donde la realidad se mezcla con lo sobrenatural, y donde el amor se convierte en terror. Es una exploración de lo que sucede cuando el luto se convierte en obsesión, y cuando las presencias del más allá se niegan a quedarse en silencio.