Lucas, un niño de diez años, miraba con emoción por la ventana del coche mientras su familia se adentraba en el monte. Sus padres, Ana y Jorge, habían planeado esta excursión de fin de semana para desconectar de la rutina y disfrutar de la naturaleza. La cabaña que habían alquilado estaba ubicada en un lugar remoto, rodeada de un denso bosque que prometía aventuras y tranquilidad.
Al llegar, la cabaña resultó ser acogedora, con una chimenea de piedra y una amplia terraza que daba al bosque. Lucas ayudó a sus padres a descargar el coche y se maravilló con la tranquilidad del lugar. Sin embargo, pronto comenzó a aburrirse. Sus padres estaban ocupados desempacando y preparando la cena, así que decidió explorar los alrededores.
"Ten cuidado con los animales extraños," le advirtió su madre. "No te alejes demasiado."
Lucas asintió distraídamente y salió corriendo hacia el bosque.
El bosque era un lugar fascinante para un niño curioso como Lucas. Los árboles altos formaban un techo verde sobre su cabeza y el suelo estaba cubierto de hojas y ramas. Pequeños animales correteaban cerca, y los pájaros cantaban en las copas de los árboles. Lucas se sintió como un auténtico explorador.
Caminó durante un buen rato, maravillándose con cada descubrimiento: una madriguera de conejos, un arroyo cristalino, un árbol caído cubierto de musgo. No se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que el sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de un naranja profundo.
Con el anochecer, el bosque cambió. Las sombras se alargaron y el aire se volvió más frío. Lucas se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. Intentó seguir el camino de regreso, pero todo le parecía igual. La ansiedad empezó a apoderarse de él.
De repente, escuchó las voces de sus padres llamándolo a lo lejos. "¡Lucas! ¡Lucas, ven aquí!" Aliviado, Lucas corrió hacia el sonido de las voces. La oscuridad del bosque lo envolvía, pero las voces lo guiaban.
Lucas llegó a un claro en el bosque. Sus padres estaban allí, de pie, pero algo no estaba bien. Sus rostros eran inexpresivos y sus ojos parecían vacíos. Antes de que pudiera decir algo, Lucas sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.
"¡Mamá! ¡Papá!" gritó, pero sus padres no respondieron. Comenzaron a avanzar hacia él de una manera antinatural, sus movimientos eran torpes y mecánicos. Lucas retrocedió, aterrorizado.
Las figuras de sus padres se acercaban más y más, y Lucas finalmente entendió que no eran realmente ellos. Algo oscuro y maligno había tomado control de sus cuerpos. Intentó correr, pero sus piernas parecían no responderle. Las voces, ahora más profundas y distorsionadas, resonaban en sus oídos.
"Lucas... ven con nosotros..."
Lucas gritó y corrió, adentrándose aún más en el bosque. Pero no importaba cuánto corría, las figuras de sus padres siempre estaban cerca, como si el bosque mismo los estuviera empujando hacia él.
Desesperado y exhausto, Lucas tropezó y cayó al suelo. Las figuras de sus padres se cernían sobre él. La última imagen que vio fue la de sus rostros vacíos y los ojos sin vida, antes de que todo se volviera negro.
A la mañana siguiente, la cabaña estaba vacía. No había rastro de Lucas ni de sus padres. Los vecinos del pueblo cercano organizaron una búsqueda, pero no encontraron nada. Los cuerpos nunca fueron hallados, y el bosque guardó su oscuro secreto.
Con el tiempo, la historia de la familia desaparecida se convirtió en una leyenda local. Los habitantes del pueblo evitaban el bosque al anochecer, y la cabaña quedó abandonada, un recordatorio silencioso de los ecos en la oscuridad.