Era una noche sin luna, y la oscuridad envolvía la casa como un manto opresivo. Te encontrabas en tu habitación, rodeado de la seguridad habitual de tus cosas: libros, posters, y la tenue luz de una lámpara de escritorio. La tranquilidad era casi palpable, pero un escalofrío inesperado recorrió tu espalda cuando oíste la voz de tu madre llamándote desde el piso de abajo.
—¡Baja, necesito que me ayudes con algo! —gritó, su tono sonaba extrañamente agitado.
Extrañado, dejaste el libro que estabas leyendo y te dirigiste hacia la puerta de tu habitación. Justo cuando pusiste un pie en el primer escalón, una voz diferente, pero inconfundiblemente la de tu madre, llegó desde su habitación, que estaba en el mismo piso que la tuya:
—¡No bajes, yo también lo escuché!
El terror se apoderó de ti al instante. Te detuviste en seco, con el corazón latiendo con fuerza en tu pecho. Miraste hacia la oscuridad del pasillo que conducía a la habitación de tu madre y luego hacia las escaleras que descendían a la planta baja.
¿Quién era el impostor? ¿Qué estaba ocurriendo en tu casa?
El silencio que siguió fue ensordecedor. Podías escuchar tu propia respiración, rápida y superficial, mientras te debatías entre obedecer a la primera voz o la segunda. Algo no estaba bien. La sensación de ser observado se intensificaba, y te diste cuenta de que, sin importar lo que hicieras, estarías en peligro.
Tomaste una decisión: avanzar lentamente hacia la habitación de tu madre. Cada paso que dabas resonaba como un tambor en el silencio de la noche. Al acercarte, notaste que la puerta estaba entreabierta, y una tenue luz se filtraba desde el interior.
Con el pulso acelerado, empujaste la puerta lentamente. Allí, sentada en la cama, estaba tu madre, pálida y temblorosa. Sus ojos se encontraron con los tuyos, llenos de terror.
—No sé quién está abajo, pero no somos nosotros —dijo con un susurro urgente.
Antes de que pudieras responder, un ruido espeluznante retumbó desde el piso de abajo. Sonaba como si alguien o algo estuviera moviéndose, arrastrándose por el suelo. Un golpe sordo resonó, seguido de un silencio inquietante.
—Debemos salir de aquí —tu madre se levantó, y juntos se dirigieron hacia la ventana de su habitación.
Con manos temblorosas, abrió la ventana y comenzó a descender por la enredadera que crecía junto a la casa. La seguiste, tratando de no mirar hacia el interior oscuro de la casa donde el peligro acechaba.
Una vez afuera, corrieron hacia la seguridad de la oscuridad del jardín, alejándose de la casa. Desde allí, miraron hacia la ventana de la habitación de tu madre, esperando ver alguna señal del impostor.
Y entonces lo vieron.
Una figura alta y delgada, con extremidades anormalmente largas, se movía en la penumbra de la casa. Su rostro era una máscara de sombras, pero sus ojos brillaban con un resplandor antinatural. Se detuvo en la ventana, observándolos con una intensidad que heló su sangre.
La criatura levantó una mano huesuda y la deslizó por el vidrio de la ventana, emitiendo un sonido chirriante que resonó en la noche. Luego, lentamente, retrocedió y desapareció en la oscuridad de la casa.
Tu madre te agarró del brazo y te llevó lejos, hacia la casa del vecino, donde encontraron refugio y llamaron a la policía. Cuando llegaron los agentes, registraron la casa de arriba a abajo, pero no encontraron nada. No había señales de la criatura, ni de nadie más que pudiera haber estado allí.
Esa noche cambió todo. Nunca volviste a sentirte seguro en esa casa, y el eco de la voz de tu madre llamándote desde abajo quedó grabado en tu mente, recordándote que a veces, los verdaderos horrores no están en las historias de terror, sino en los susurros de la noche y en las sombras que se esconden dentro de tu propio hogar.