Hace un tiempo, una amiga mía y yo decidimos aventurarnos en el mundo del espiritismo por primera vez. Nunca antes nos habíamos atrevido, pero la curiosidad fue más fuerte. Sabíamos que con solo dos personas sería más difícil que ocurriera algo, así que llamamos a otras dos amigas para que nos acompañaran. Nos costó trabajo convencerlas, pero finalmente accedieron a participar. Preparadas y un poco asustadas, comenzamos a hacer la ouija.
Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos invitado, María, se levantó abruptamente y dijo: “Yo me voy de aquí, menuda tontería esta de la ouija”. Nosotras, algo asustadas por su reacción, decidimos dejarlo para otro momento y guardamos todo.
Al cabo de unos días, María me llamó aterrorizada. Me contó que, de camino a casa después de haber ido a estudiar a la biblioteca, al pasar por delante de una casa en ruinas cerca de su hogar, una niña vestida de blanco le había pedido que jugara con ella. María, apresurada, le dijo que no podía porque tenía prisa, y entonces la niña comenzó a llorar lágrimas de sangre. María salió corriendo y, al llegar a casa, me llamó para contarme lo sucedido. Al principio me lo tomé a broma, pero algo en su voz me hacía pensar que hablaba muy en serio.
Esa noche, mientras reflexionaba en mi habitación, recordé el día en que habíamos hecho espiritismo y las malas maneras con las que María se había retirado. Pensé que no tendría nada que ver y me dormí. Al día siguiente, María me llamó nuevamente, estaba asustada porque iba a quedarse sola en casa estudiando. Decidí acompañarla, ya que yo también tenía que estudiar.
Llegué a su casa en autobús y nos pusimos a estudiar. De repente, escuchamos un ruido detrás de nosotras, como de arañazos. Nos volvimos y, para nuestro horror, vimos a la niña que María había descrito. Estaba sentada sobre la cama, arañando la pared. Salimos corriendo de la habitación, pero al llegar a la puerta, me di cuenta de que María no estaba a mi lado. Demasiado asustada para esperarla, continué corriendo.
Un rato después, la policía llamó a mi casa para informarme de que María había muerto de un ataque de asma. La encontraron en las escaleras de su casa, con una expresión de terror en su cara. Estuve en tratamiento psiquiátrico unos meses y, aunque ya me estaba recuperando, el otro día encontré una nota en mi buzón, escrita con letra de niña pequeña: “Tu amiga murió por no jugar conmigo. Tengo una muñeca nueva…”.
Nuestra historia se ha hecho bastante popular en el pueblo, y aunque quiero pensar que es una broma pesada, una parte de mí tiene miedo… ¿vendrá a por mí?