Hace unos años, un grupo de jóvenes participaba en un campamento de verano situado cerca de un antiguo pueblo con una rica historia de leyendas y misterios. Durante una excursión por el bosque, los jóvenes tomaron un desvío equivocado y se perdieron. Pasaron varias horas deambulando sin rumbo, mientras la ansiedad y el miedo comenzaban a hacer mella en ellos. Finalmente, en una clara del bosque, se encontraron con un hombre solitario.

El hombre, de apariencia rústica y con una gran hacha colgada a la espalda, les causó una sensación de inquietud inicial. Sin embargo, desesperados por encontrar el camino de regreso, los jóvenes se acercaron a él y le preguntaron cómo llegar al pueblo más cercano. Contrario a sus temores, el hombre se mostró extremadamente amable y servicial. Dijo que su nombre era Botelo y se ofreció a acompañarles hasta el pueblo.

Tras una caminata que se les hizo más corta gracias a la compañía y la conversación con Botelo, el grupo finalmente llegó al pueblo. Antes de despedirse, se tomaron una foto con él como recuerdo del extraño pero afortunado encuentro.

Al contarle la historia a los lugareños, los jóvenes mencionaron el nombre Botelo, esperando quizás algún reconocimiento. Sin embargo, las caras de los aldeanos se tornaron pálidas y sus expresiones, incrédulas. Les contaron que Botelo había sido un hombre del pueblo que había muerto hace más de 100 años. Según la leyenda, un día mientras unos niños jugaban a la pelota, esta se escapó y rodó hacia el bosque. Botelo, que en ese momento llevaba un hacha, fue a por la pelota y, desafortunadamente, tropezó y se cortó una pierna con su propia hacha, muriendo desangrado.

Los jóvenes, al principio, se negaron a creer que el amable hombre que los había ayudado pudiera ser el mismo Botelo. Sin embargo, cuando revelaron la foto que se habían tomado con él, se encontraron con algo que desafió toda lógica: Botelo no aparecía en la fotografía. Solo estaban ellos, sonriendo, con el fondo del bosque detrás.