Era una noche oscura y solitaria en la ruta, cuando un hombre, fatigado por el largo viaje, divisó un pequeño hotel al costado del camino. Decidió detenerse y descansar un poco. Al llegar a la recepción, fue recibido por una recepcionista de aspecto serio pero amable. Después de registrarse, la recepcionista le entregó la llave de su habitación y le advirtió con voz grave: “En tu piso hay una habitación que no tiene número. No mires por el cerrojo ni golpees la puerta”.
Intrigado, pero también cansado, el hombre subió a su piso. Cuando pasó por al lado de la puerta sin número, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Aceleró el paso y entró a su habitación, tratando de sacarse la extraña advertencia de la mente. Cenó algo ligero, miró un poco de televisión y trató de relajarse.
Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, la curiosidad comenzó a roer su tranquilidad. Se preguntaba qué podría haber en esa habitación tan misteriosa. Finalmente, incapaz de resistir la tentación, salió de su cuarto y se dirigió hacia la habitación sin número.
Miró a ambos lados del pasillo para asegurarse de que nadie lo veía y, con el corazón latiendo con fuerza, se inclinó para mirar por el cerrojo. Lo que vio le heló la sangre: en el centro de la habitación había una mujer vestida de blanco, pero estaba de espaldas y todo el cuarto parecía teñido de un rojo intenso. Asustado, el hombre pegó un grito ahogado y corrió de vuelta a su habitación, donde se encerró y no pudo dormir en toda la noche.
A la mañana siguiente, el hombre se sentía agotado y perturbado por la experiencia. Al hacer el check-out, no pudo evitar comentar lo sucedido con la recepcionista. “Miré por el cerrojo”, confesó con voz temblorosa. La recepcionista lo miró fijamente y preguntó: “¿Y qué viste?”.
“Vi a una mujer, vestida de blanco, pero el cuarto estaba todo rojo”, respondió él.
La recepcionista suspiró profundamente y le dijo: “Te dije que no miraras. Hace muchos años, una mujer murió en esa habitación en circunstancias muy extrañas. Su fantasma aún vive allí. Pero hay algo que debes saber: esa mujer no tiene ojos. Lo que viste no era el cuarto rojo… eran sus ojos mirándote a través del cerrojo”.
El hombre sintió un frío indescriptible apoderarse de su ser. Con un nudo en el estómago, dejó las llaves en el mostrador y salió apresuradamente del hotel. A medida que se alejaba, no podía sacarse de la mente la imagen de aquellos ojos vacíos y aterradores.
Días después, encontraron su coche abandonado al costado de la ruta. El hombre estaba en el interior, muerto, con una expresión de terror absoluto en su rostro. Desde entonces, la leyenda del hombre que miró por el cerrojo se sumó a la historia del hotel, como una advertencia para aquellos que no pueden resistir la tentación de lo desconocido.