Luis abrió los ojos lentamente, desorientado. Se encontraba en un tren que viajaba en la oscuridad de la noche. La tenue luz del vagón parpadeaba, creando sombras inquietantes a su alrededor. Miró por la ventana, pero solo vio la negrura absoluta del exterior. El traqueteo del tren sobre las vías era el único sonido que rompía el silencio.
Trató de recordar cómo había llegado allí, pero su mente estaba nublada. Decidió levantarse y explorar, esperando encontrar respuestas. Al ponerse de pie, notó que no había nadie más en su vagón. Una sensación de soledad y desconcierto lo invadió, pero decidió seguir adelante.
Luis comenzó a caminar por el tren, pasando de un vagón a otro. Todos estaban vacíos. La sensación de irrealidad crecía con cada paso que daba. El tren parecía interminable, y la ausencia de cualquier signo de vida lo ponía cada vez más nervioso. ¿Dónde estaban los pasajeros? ¿Qué clase de tren era ese?
Después de recorrer varios vagones, comenzó a sentir un escalofrío recorrer su espalda. Era como si el tren mismo estuviera vivo, observándolo en silencio.
Finalmente, en uno de los vagones, Luis encontró a una mujer sentada. Estaba inmóvil, mirando fijamente al frente, con una expresión vacía en su rostro. Luis se acercó lentamente y trató de hablar con ella.
"Disculpe, ¿sabe dónde estamos? ¿Qué está pasando?"
La mujer no respondió. Sus ojos no mostraban ningún signo de vida. Luis intentó nuevamente, esta vez tocándole el hombro, pero no obtuvo reacción alguna. La mujer parecía una estatua, completamente ajena a su presencia.
Desconcertado y algo asustado, decidió continuar hacia la locomotora, esperando encontrar al maquinista y obtener alguna explicación.
Luis llegó a la locomotora y encontró al maquinista, un hombre de aspecto sombrío y ojos penetrantes que parecían ver a través de él. El maquinista lo miró con una expresión de comprensión, como si ya supiera todo sobre él.
"¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando aquí?" preguntó Luis con voz temblorosa.
El maquinista esbozó una sonrisa oscura. "Este es el tren de medianoche," respondió en un tono lúgubre. "Soy el maquinista que lleva las almas al infierno."
Luis sintió un frío helado recorrer su cuerpo. "Eso no puede ser verdad. Yo... yo no estoy muerto."
El maquinista lo miró fijamente. "Sí lo estás. Muriste en un accidente de coche. La mujer que viste en el vagón es la persona que mataste en ese accidente."
Los recuerdos comenzaron a inundar la mente de Luis. La imagen de un coche estrellándose, el sonido del metal retorcido, los gritos... y luego, la oscuridad. Todo volvió a él con una claridad aterradora.
Luis cayó de rodillas, devastado por la revelación. Miró al maquinista, esperando una oportunidad de redención, pero los ojos del hombre no mostraban misericordia.
"Este tren es tu destino," dijo el maquinista. "No puedes escapar de lo que has hecho. Esta es tu condena."
Luis se levantó, sintiendo la desesperación apoderarse de él. Regresó al vagón donde estaba la mujer. Ella seguía allí, inmóvil, su presencia era un recordatorio constante de su pecado. La soledad y el remordimiento lo envolvieron, mientras el tren continuaba su interminable viaje hacia las profundidades de la oscuridad.