La noche caía lentamente sobre el pequeño barrio, y las sombras se alargaban en las calles desiertas. Varias adolescentes se habían reunido en la casa de Ana para una noche de pijamas, risas y confidencias. Las chicas, emocionadas por estar juntas, habían preparado una velada repleta de películas de terror y chucherías.
Después de que la última película de terror terminara y las luces se apagaran, las chicas se acomodaron en sus sacos de dormir en el salón. Una suave brisa nocturna se filtraba por las ventanas entreabiertas, llevando consigo el susurro de una historia que todas habían oído pero ninguna se había atrevido a contar hasta esa noche.
Lucía, la más valiente del grupo, decidió romper el silencio. “¿Habéis oído lo del señor que enterraron en el cementerio del barrio?”. Las demás se miraron, nerviosas pero intrigadas, y Lucía continuó. “Dicen que lo enterraron vivo y que se le oía rasgando el ataúd, intentando salir”.
Un escalofrío recorrió la habitación. Carla, siempre escéptica y dispuesta a desafiar cualquier superstición, rió nerviosamente. “Vamos, no podéis creer esas historias. Es solo una leyenda para asustar a la gente”.
Las otras chicas, animadas por el tono desafiante de Carla, la retaron: “Si no te lo crees, ¿por qué no vas al cementerio y lo compruebas por ti misma?”. Carla, decidida a demostrar que no le temía a nada, aceptó el desafío. Se levantó y se preparó para salir, mientras las demás la miraban con una mezcla de admiración y temor.
La noche era fría y el camino al cementerio estaba oscuro y desierto. Carla avanzó con pasos firmes, tratando de ignorar el miedo creciente en su interior. Llegó al cementerio, y la quietud del lugar la envolvió. Caminó entre las tumbas, buscando la que pertenecía al hombre de la leyenda.
Finalmente, encontró la tumba. Se quedó allí, en silencio, desafiando a cualquier espíritu inquieto a que se manifestara. Pero el cementerio permaneció en calma, y Carla comenzó a sentirse tonta por haber aceptado el reto. Decidió volver, pero antes de hacerlo, en un acto de desafío final, se burló en voz alta: “¿Es esto lo mejor que tienes?”.
Mientras tanto, en la casa de Ana, las chicas esperaban impacientes el regreso de Carla. Los minutos se convirtieron en horas, y su amiga no volvía. La preocupación creció y la noche dio paso al amanecer sin noticias de Carla.
Alarmados, los padres de las chicas fueron informados y todos juntos se dirigieron al cementerio. Al llegar, encontraron una escena aterradora: Carla yacía muerta sobre la tumba del hombre que habían enterrado. Su rostro mostraba una expresión de terror indescriptible, y sus manos estaban extendidas, como si hubiera intentado defenderse de algo invisible.
El barrio nunca volvió a ser el mismo. La historia de Carla se convirtió en una advertencia sombría sobre los peligros de desafiar lo desconocido. Las adolescentes aprendieron una lección inolvidable aquella noche: algunas leyendas no son simples cuentos para asustar, sino advertencias de realidades que superan cualquier ficción.