En un remoto pueblo de la Comunidad Valenciana, había una casa abandonada en medio de las vastas tierras de huerta. La construcción, desgastada por el tiempo, estaba envuelta en un aura de misterio. Era el lugar perfecto para que cinco jóvenes, en busca de emociones fuertes, decidieran reunirse para hacer una sesión de espiritismo. La leyenda de la casa había circulado durante años, pero la curiosidad de los chicos superaba cualquier temor.
El grupo se instaló en la casa, colocaron una vela en el centro de una mesa improvisada, y dispusieron la tabla de ouija. Con nerviosismo y emoción, comenzaron la sesión. El portavoz del grupo, con una voz temblorosa pero decidida, preguntó al vacío: "Si hay alguien que te moleste aquí, dinos quién es y se irá".
El vaso se movió lentamente sobre la tabla, deletreando dos nombres. Los aludidos, sorprendidos pero no asustados, aceptaron la señal y se despidieron de sus amigos. Decidieron regresar al pueblo mientras los otros tres continuaban la sesión.
Los dos chicos caminaban tranquilamente, conversando sobre lo que acababa de suceder. La noche era oscura y silenciosa, solo interrumpida por el crujir de sus pasos sobre el camino de tierra. A unos cien metros de distancia de la casa, un ruido atronador rompió el silencio. Al volverse, vieron una escena que los dejaría marcados para siempre: la casa se derrumbaba, tragándose a sus tres amigos en un instante.
El derrumbe de la casa fue rápido y devastador. En cuestión de segundos, todo quedó en silencio otra vez, pero el horror del momento persistía en el aire. Los dos chicos, paralizados por el shock, no podían comprender lo que había sucedido. ¿Había sido el espíritu que invocaron? ¿Habían sido advertidos de su destino?
El suceso se convirtió en noticia, llegando a los titulares de los periódicos. Los dos sobrevivientes nunca pudieron olvidar esa noche y la extraña coincidencia que los había salvado. La leyenda de la casa y su fatídica sesión espiritista se extendió por el pueblo, transformándose en una advertencia para quienes se atrevían a jugar con lo desconocido.