La casa de campo

La casa de campo

En un rincón remoto de España, rodeado de vegetación exuberante y un riachuelo serpenteante, se erige una casa que, a simple vista, parece un idílico refugio rural. Sin embargo, la tranquilidad que se percibe en su fachada es solo una ilusión que oculta una oscuridad profunda y antigua. Marta y su madre Ana comenzaron a experimentar fenómenos extraños desde el primer día que se mudaron. Lo que parecía una nueva vida en el campo pronto se convirtió en una pesadilla indescriptible.

Los días se llenaron de inquietud y las noches de terror. Rasguños inexplicables resonaban en las paredes, como si algo intentara escapar de su confinamiento. Los perros, animales sensibles a lo sobrenatural, aullaban con desesperación hasta caer muertos, aterrados por una presencia invisible que habitaba bajo el zapotal, un árbol robusto y antiguo que proyectaba una sombra ominosa sobre la casa. Ana, aunque fuerte y racional, comenzó a enfermarse sin explicación, y el ambiente en la casa se volvía cada vez más pesado, casi sofocante, como si algo maligno acechara a cada momento.

La sobrina de Ana decidió hacer una visita, pensando que su presencia podría aliviar la tensión que sentían. Pero desde el momento en que llegó, un escalofrío recorrió su espalda. A pesar de ser mediodía, la luz del sol parecía tenue y fría, incapaz de penetrar la densa atmósfera de la casa. Mientras jugában bajo una cobacha cercana, la inquietud se apoderó de ella. Cuando se quedó sola, sintió la presencia de algo que no podía ver, pero que sabía que estaba allí, observándole con una malevolencia que le paralizó. Salió corriendo, convencida de que un segundo más en ese lugar le haría enfrentar un horror que su mente no podía soportar.

Marta y Ana abandonaron la casa poco después. No pudieron soportar más el tormento, y las historias sobre el lugar solo se volvieron más aterradoras. Vecinos y antiguos propietarios hablaban de figuras oscuras, de incendios que surgían de la nada, de gritos que rompían la calma de la noche. El rumor más perturbador era que aquellos que habían intentado vivir allí antes también habían huido, perseguidos por algo que nadie podía explicar pero que todos temían.

La casa permanece ahora vacía, un testimonio silencioso de un mal que no se ve pero que se siente. Las ventanas rotas y las paredes descascaradas son los únicos signos visibles de su abandono, pero quienes pasan cerca todavía sienten el peso de una presencia que no ha desaparecido. El lugar ha quedado maldito, un terreno que nadie se atreve a reclamar. La historia del zapotal y su oscura figura sigue viva en las historias del pueblo, un eco persistente de un mal que nunca se fue.