El grupo de científicos, liderado por el Dr. Javier Aranda, se preparaba para una nueva misión en un lugar donde se había producido un terrible accidente químico. La instalación, situada en una zona remota, era conocida por la muerte de cerca de 200 personas. Las leyendas locales hablaban de gritos de dolor que aún se escuchaban por la noche, pero los científicos no hacían caso de esas habladurías.
Con la determinación de encontrar restos de elementos químicos y evidencias de lo que pudo haber ocurrido, el equipo revisó cuidadosamente sus medidas de seguridad. Habían tenido éxito en misiones anteriores en zonas de catástrofes radioactivas, y no veían razón para que esta fuera diferente.
Al llegar a la instalación, una sensación de desasosiego envolvió al grupo. El lugar, cubierto de vegetación y en estado de abandono, parecía tener vida propia. Las ruinas de los edificios y el silencio pesado contribuían a la atmósfera opresiva.
El equipo se adentró en el lugar con sus equipos de protección y aparatos de medición. Al principio, todo parecía ir según lo planeado. Sin embargo, conforme avanzaban por los pasillos oscuros y laberínticos, comenzaron a sentir una presencia extraña, como si fueran observados.
El primer síntoma de que algo andaba mal fue el comportamiento errático del Dr. Marta Gómez. Empezó a murmurar palabras incoherentes y a mirar a su alrededor con ojos desorbitados. El equipo intentó calmarla, atribuyendo su estado a la tensión del lugar. Pero pronto, otros miembros del grupo comenzaron a experimentar síntomas similares.
El Dr. Pedro Lozano afirmó escuchar voces que lo llamaban por su nombre, y la Dra. Elena Ruiz sintió manos invisibles que la agarraban. La situación se tornó caótica cuando los científicos empezaron a sentir un dolor intenso, como si fueran desgarrados desde adentro.
Uno a uno, los científicos se dieron cuenta de que estaban siendo poseídos por las almas de los muertos que habían perecido en la instalación. Estas almas, atrapadas y llenas de ira, buscaban una salida a través de los cuerpos de los vivos.
El pánico se apoderó del grupo. Intentaron huir de la instalación, pero era demasiado tarde. Las almas de los muertos tomaron el control total de sus cuerpos, llenando sus mentes de recuerdos de dolor y sufrimiento.
A pesar de sus esfuerzos desesperados por escapar, los científicos se encontraban atrapados en una pesadilla viviente. La instalación parecía cerrarse alrededor de ellos, las paredes se estrechaban y los pasillos se alargaban interminablemente. Cada intento de encontrar la salida solo los llevaba más profundamente al corazón del horror.
El último en caer fue el Dr. Aranda, quien, antes de perder el control de su mente, comprendió la verdad: las almas de los muertos no podían dejar la instalación, y ahora, ellos tampoco.
Semanas después, la prensa informó que un derrame químico había provocado alucinaciones en el grupo de científicos. Las autoridades aseguraron que no había peligro para la población, pero los habitantes de la zona sabían la verdad.
Para ellos, la instalación seguía siendo un lugar maldito, donde ahora las almas de los científicos se unían al coro de los muertos, atrapados para siempre en un ciclo de dolor y desesperación.