Llamadas inoportunas

Llamadas inoportunas

Era una noche tranquila cuando Laura, una adolescente emocionada por su primer trabajo de niñera, llegó a una casa enorme y lujosa. Los dueños de la casa le dieron instrucciones rápidas antes de marcharse: acostar a los niños en el piso de arriba y asegurarse de que todo estuviera en orden. Después de despedirse de los padres, Laura llevó a los niños a sus camas, los arropó y les contó un cuento antes de bajar al salón.

Una vez abajo, se acomodó frente a la televisión, lista para una noche de películas y tranquilidad. Pero apenas había pasado media hora cuando el teléfono sonó de repente. Extrañada, Laura se levantó y descolgó. A juzgar por la voz, el que llamaba era un hombre. Jadeaba, reía de forma amenazadora y preguntó con un tono que helaba la sangre: “¿Has subido a ver a los niños?”.

Laura colgó de inmediato, convencida de que sus amigos le estaban gastando una broma pesada. Sin embargo, unos minutos después, el teléfono volvió a sonar. Era el mismo hombre, repitiendo la pregunta: “¿Has subido a ver a los niños?”. Nerviosa, colgó de nuevo, esta vez con más prisa, intentando calmarse. Pero entonces, el teléfono sonó por tercera vez, y la voz del hombre resonó en el auricular con una amenaza escalofriante: “¡Ya me he ocupado de los niños, ahora voy a por ti!”.

El miedo comenzó a invadir a Laura. Temblorosa, llamó a la policía y denunció las llamadas amenazadoras. La operadora de la policía le pidió que, si el hombre volvía a llamar, intentase mantenerlo al teléfono el mayor tiempo posible para que pudieran rastrear la llamada.

No pasó mucho tiempo antes de que el teléfono sonara de nuevo. Laura, aterrorizada, descolgó y, con voz temblorosa, suplicó al hombre que la dejara en paz, intentando alargar la conversación. Logró mantenerlo en línea unos minutos, hasta que finalmente él colgó.

De repente, el teléfono sonó de nuevo, esta vez con un timbrazo más fuerte y estridente. Laura, con el corazón en un puño, descolgó. Era la policía. La voz al otro lado era urgente y desesperada: “¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las llamadas vienen del piso de arriba!”.

Laura sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Sin pensarlo dos veces, dejó caer el teléfono y corrió hacia la puerta principal. Salió de la casa justo cuando veía luces de patrullas acercándose a toda velocidad. Los agentes la encontraron temblando en el jardín delantero, pero sana y salva.

Los policías subieron rápidamente al piso de arriba y, tras una búsqueda exhaustiva, encontraron al hombre escondido en el armario de la habitación de los niños, con un cuchillo en la mano y una mirada perturbada. Los niños, por fortuna, estaban dormidos y a salvo en sus camas, ajenos al peligro que habían corrido.

Esa noche, Laura aprendió una lección que jamás olvidaría: a veces, las advertencias más aterradoras son reales.