En el pequeño pueblo de San Isidro, la vida transcurría con la calma habitual de un lugar donde todos se conocían. Pero esa tranquilidad se quebró de golpe cuando el primer niño desapareció. Luego otro, y otro más. El miedo se extendió como un manto oscuro, y los habitantes, desesperados, formaron un grupo de búsqueda liderado por el respetado cura del pueblo, el Padre Sebastián.
El Padre Sebastián era un hombre de avanzada edad, pero su energía y devoción parecían inagotables. Bajo su liderazgo, los vecinos peinaron cada rincón del pueblo y sus alrededores: bosques, ríos, graneros abandonados... pero no encontraron rastro alguno de los niños desaparecidos.
Una noche, en medio de una tormenta, una mujer encontró a su hijo perdido en el umbral de su casa, empapado y temblando de miedo. Los ojos del niño, antes llenos de vida, reflejaban ahora un terror indescriptible. Entre sollozos, reveló que había escapado de un lugar oscuro, lleno de susurros y sombras.
El niño, guiado por sus recuerdos fragmentados, llevó al grupo de búsqueda hasta la iglesia. En el sótano, encontraron una puerta oculta bajo una alfombra vieja. Detrás de la puerta, un estrecho pasadizo descendía hacia la oscuridad. Con antorchas en mano, el grupo avanzó, sus pasos resonando en el silencio sepulcral.
Al final del pasadizo, descubrieron una cripta subterránea. En su centro, un altar de piedra cubierto de símbolos extraños y manchas oscuras. Allí, en medio de la penumbra, encontraron restos de antiguos sacrificios y signos de rituales oscuros. Pero lo más perturbador fue el descubrimiento de un diario perteneciente al Padre Sebastián.
Las páginas del diario revelaban una verdad macabra: el Padre Sebastián había hecho un pacto con un demonio para obtener vida eterna a cambio de las vidas de los niños del pueblo. Las desapariciones eran ofrendas para mantener el acuerdo. El horror y la traición se apoderaron de los corazones de los presentes mientras leían las palabras del cura.
De repente, un crujido detrás de ellos. El Padre Sebastián estaba allí, con una expresión mezcla de desesperación y furia. Intentaron apresarlo, pero, con una fuerza sobrenatural, el cura los empujó y logró escapar por el pasadizo.
El grupo emergió de la cripta solo para ver al Padre Sebastián desaparecer en la espesura del bosque, envuelto en la tormenta. Nunca más se le volvió a ver, pero su ausencia no trajo paz al pueblo. Los habitantes sabían que el pacto seguía en pie y que el demonio, despojado de su intermediario, podría reclamar más vidas.
San Isidro quedó marcado por el terror. Las noches se volvieron insomnes y los días, llenos de desconfianza y miedo. Nadie se atrevía a salir solo, y los padres mantenían a sus hijos bajo vigilancia constante. La iglesia, antes un lugar de consuelo, fue abandonada y sellada, una sombra oscura en el corazón del pueblo.
Y aunque el Padre Sebastián había huido, la amenaza de su pacto maldito permanecía, como un eco siniestro en cada rincón de San Isidro.