Toc, toc, ¿Quién es?

Toc, toc, ¿Quién es?

Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por carretera hacia el pintoresco pueblo de Stoneville cuando el coche se les averió en medio de un tramo solitario y oscuro de la carretera. La luz del atardecer comenzaba a desvanecerse, y los padres decidieron salir a buscar ayuda. Para que los niños no se aburrieran ni se asustaran, les dejaron con la radio encendida y aseguraron las puertas del coche.

Cayó la noche y los padres seguían sin volver. El ambiente se volvía cada vez más inquietante, con sombras que parecían moverse en la distancia y el viento susurrando entre los árboles. Los niños, Anna de ocho años y Tom de diez, intentaban mantenerse tranquilos escuchando las canciones en la radio. Sin embargo, la programación fue interrumpida por una noticia de última hora que les heló la sangre: un asesino muy peligroso se había escapado de un centro penitenciario cercano a Stoneville y las autoridades pedían que se extremaran las precauciones, especialmente en las carreteras y áreas desoladas.

Las horas pasaban y los padres de los niños no regresaban. Los hermanos, aunque asustados, trataban de mantenerse optimistas, imaginando que sus padres pronto regresarían con ayuda. Pero de pronto, empezaron a escuchar golpes sobre sus cabezas. “Poc, poc, poc”. Los golpes, que parecían provenir de algo que golpeaba la parte de arriba del coche, eran cada vez más rápidos y más fuertes. “POC, POC, POC”.

El sonido se volvió ensordecedor, resonando en la cabina del coche como un tamborileo macabro. Los niños, aterrados, comenzaron a llorar, pero no podían ignorar la creciente sensación de peligro inminente. Finalmente, el miedo fue demasiado para ellos. Tom, tomando la mano de su hermana, decidió que debían huir a toda prisa. Abrieron la puerta del coche y corrieron hacia la oscuridad de la noche.

Mientras corrían, Tom no pudo resistir la tentación de girar la cabeza para mirar qué provocaba los golpes. No debería haberlo hecho. La imagen que vio quedó grabada en su mente para siempre: sobre el coche, iluminado por la tenue luz de la luna, había un hombre de gran tamaño. Estaba de pie sobre el vehículo, golpeando la parte superior del mismo con algo que tenía en las manos: eran las cabezas de sus padres, que colgaban inertes mientras el asesino continuaba su macabro tamborileo.

Tom soltó un grito ahogado y, con el corazón latiéndole a mil por hora, tiró con fuerza de su hermana para que corriera más rápido. La desesperación y el horror les impulsaron a adentrarse en el bosque cercano, buscando cualquier lugar donde pudieran esconderse y escapar del monstruo que les perseguía. La noche parecía interminable, y cada sombra, cada crujido de las hojas, se convertía en una amenaza. Pero Tom sabía que debía proteger a Anna a toda costa, y con esa determinación, continuaron su huida, esperando que la oscuridad les ofreciera algún refugio seguro.