En el tranquilo y conservador pueblo de Ávila, España, en 1933, la muerte de Carmen, una joven de solo veinte años, sacudió a la comunidad. La belleza y amabilidad de Carmen contrastaban con la frialdad y el carácter sombrío de su hermana mayor, Ángela. Cuando Carmen fue encontrada muerta en circunstancias misteriosas, los rumores comenzaron a circular. La sombra de la envidia y el resentimiento entre las hermanas se volvió una realidad oscura y palpable, y en el corazón del pueblo se instaló la sospecha: Ángela había asesinado a su propia hermana.
Desde el día del entierro, Ángela nunca volvió a ser la misma. Donde antes había una frialdad calculada, ahora había un miedo creciente. En cada rincón de su hogar y en cada callejuela del pueblo, Ángela sentía la presencia de su hermana fallecida. Era un susurro al principio, un eco suave que resonaba en las profundidades de su mente, pero que pronto se convirtió en un grito desesperado que le retumbaba en el cerebro. Ángela podía escuchar a Carmen, sentirla, y el espíritu de su hermana no le daba tregua.
El espíritu de Carmen se convirtió en una sombra omnipresente en la vida de Ángela. Día y noche, la voz de su hermana la seguía, acusándola, recriminándole por el acto atroz que había cometido. Nadie más en el pueblo podía escuchar a Carmen, pero Ángela estaba segura de que su hermana había regresado desde la tumba para atormentarla. La voz se hacía más fuerte, más persistente, hasta que Ángela no pudo soportarlo más. Cada palabra perforaba su mente, llevándola al borde de la locura.
A medida que los meses pasaban, el tormento que Ángela sufría se intensificaba. El pánico la consumía y su mente se desmoronaba bajo el peso del remordimiento y el terror. Finalmente, la desesperación fue más fuerte que ella, y Ángela tomó la decisión que parecía inevitable: acabar con su sufrimiento. En una fría noche de invierno, a los diez meses del entierro de Carmen, Ángela se ahorcó en un árbol cercano a la casa familiar. Así, el eco de la venganza de su hermana se cobró su última víctima.
El trágico final de las dos hermanas se convirtió en leyenda en Ávila. La gente del pueblo contaba la historia de Carmen y Ángela como una advertencia sobre los peligros de la envidia y la culpa. La tumba de Carmen y el árbol donde Ángela se quitó la vida se volvieron lugares de curiosidad y miedo, recordatorios de una historia que, aunque en el pasado, seguía viva en el presente.